martes, 29 de abril de 2014

¡¡¡Soy rojo!!!

En más de una ocasión, en algún texto aparecido en este blog, o comentarios hechos por mi en otros blog me he declarado como un hombre de izquierdas, eso me ha echo recibir comentarios en tono de mofa casi como perdonándome la vida, del tipo de : ¿Qué es ser de izquierdas y de derechas? ¡yo no lo sé  o yo no soy de izquierdas ni de derechas, todos son iguales, ¡¡¡joder ti@s yo no tengo la culpa de que no sepas quien ni que eres, no me hagas responsable de tu ignorancia!!!.

También y por la misma razón he mantenido debates, (que palabra tan hermosa), con otr@s compañer@s bloguer@s, a veces duros, pero siempre sinceros, honestos y por lo tanto desde mi punto de vista útiles y necesarios, por poner un ejemplo recuerdo alguno con mis añoradas "gatas madrileñas", hoy desaparecidas, pero que estoy seguro en cualquier momento volverán.

Lo cierto es que hoy leyendo, o mejor dicho releyendo un texto del PERIODISTA Y ESCRITOR (este si con mayúsculas) Eduardo Haro Tecglen, he de reconocer que algo de razón si que tenían los que me criticaban por auto denominarme de izquierdas, ¡¡¡cuando en realidad lo que yo soy es un rojo!!!.

El texto de Eduardo dice a si:

Rehuyo la palabra progresista, como rehuyo la palabra izquierda: ha sido usurpada, invadida, devorada desde dentro. Utilizo, para definirme a mí, el término rojo. No lo hago por deslumbrar, y puedo explicarlo.

Hay una ideología constante que se puede hacer arrancar de Rousseau, por no ir más lejos (a lo que llamamos cristianismo), y que llega en su desarrollo hasta 1968 y sus recuperaciones de temas anteriores, y llegando después a Rudi Dutschke o a los profesores italianos encarcelados después (Negri). Luego, se apaga como intento de crear una forma política permitida, pero no se agota. Puedo llamar a eso ser rojo.

Si me refiero a términos españoles, encuentro válidos los del Frente Popular, las diversas organizaciones antifascistas y la guerra civil, de Azaña a Durruti o Montseny, y más allá de ellos. Es el término aplicado por el enemigo con intención peyorativa, y yo creo que debo asumirlo, incluso en lo que ellos pusieron de más horroroso. En este montón de componentes está, naturalmente, la suposición de la igualdad y la fraternidad (no me atrevo a escribir la palabra libertad, de tan profanada como está siendo), la redistribución de la riqueza, la evaluación del trabajo humano, la consideración de las clases oprimidas desde las que consideramos aquí como connacionales -las bolsas de pobreza- hasta nuestros desgraciados visitantes de las pateras o de las bodegas de los barcos donde les asfixia el grano de la carga; o las lejanas personas que vemos morir todos los días de abandono, hambre y enfermedad en unos horizontes que no son lejanos cuando tratamos de bombardearles o de bloquearles. Históricamente, abarco desde la revolución francesa, sin excluir el Terror, hasta los mayas de México en Chiapas.

No ignoro las contradicciones que hay, internas, en cada uno de los factores que aludo, incluso a las guerras a muerte entre lo que podríamos llamar sus sectas. No las ignoro: me complazco en ellas, porque tienen una multiplicación de riqueza. Cuando ellos crearon el Movimiento sabían que las contradicciones entre sus valores eran cómicas; la democracia que conocemos hoy en España es un movimiento. Creo que la aportación de una izquierda contemporánea a sus valores anteriores sería este darle ese sentido de contradicción posible, y reírse de la que pueda haber entre Marx o Kropotkin, porque no tienen sentido en la realidad. Son divisiones artificiales creadas por la dificultad de la toma de posesión y de las vías. Son divisiones el feminismo, las posiciones entre clases de edad, las  asociaciones que limitan a gremios, oficios o fragmentos de territorio la cuestión de la injusticia. La cuestión de oposiciones entre más o menos oprimidos no conduce más que a las acusaciones mutuas de opresores y a la ceguera de creer que unos somos los verdugos de otros: aunque lo seamos en la práctica, obligados por el contexto social y por el sentido de concurrencia entre nosotros que los poderes han dado a la organización social: siempre y en todos los países o zonas geográficas, y cada vez más porque el sentido de unidad mundial que se está dando a las agrupaciones sociales cada vez mayores va por ese camino erróneo.

Es poco creíble que beneficios humanos como puedan ser la abolición de fronteras, la unidad de monedas o los medios de producción, las técnicas en continuo desarrollo, hayan conducido a formulaciones como los de cerrar un grupo del cabo afrodisiaco que llamamos Europa a todos los demás menos afortunados; a contener a los pobres mediante su bombardeo, su invasión o su bloqueo de alimentos y medicinas; en formalizar entre otros el paro y la reducción de salarios bajo la falsa premisa de que así se creara más trabajo; la suposición de que las diferencias o las injusticias se podrán resolver entre dos o más partidos salidos de una misma tripa; la idea de que estamos representados por un parlamento mal elegido mediante unas leyes erróneas, o por unos partidos deformes; la sacralización de la palabra democracia en el sentido de que todo lo que no sea su forma actual es antidemocrático, como pasa con la palabra libertad. No tiene sentido seguir creyendo que esta Constitución hecha deprisa y con miedo pueda ser eterna.

Sin embargo, nos lo estamos creyendo, como fascinados. No tenemos independencia interna para saber qué es lo que aceptamos y cual es el grado de opresión y de fuerza que hay en está aceptación nuestra; para saber que obedecemos porque tenemos que obedecer, pero no porque creamos en ello. Mucho más grotesco es que denominemos esta situación, o incluso las aspiraciones de desarrollo de la situación, como izquierda. Por eso rehuyo la palabra y suelo adoptar, aunque parezca estúpida, arcaica, inútil y lejana, la de rojo. La horda roja, la hidra roja, ¿recuerdan ustedes? Eso.

Fragmento de El niño republicano de Eduardo Haro Tecglen.
Editorial Alfaguara, Madrid, 1996.

2 comentarios:

  1. Más rojos hay que ser que los tomates reventones: bastante estamos ya rodeados de fascistas.

    Un abrazo.

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